El tren se movió lento, como si fuera un gusano gigante atiborrado de rieles. Mi asiento al medio del coche tenía su ventanilla atenta a la promesa de paisajes fugaces. Ganado rumiando en las praderas, imágenes de viejas postales campestres, postes urbanos sucediéndose vertiginosamente. Las edificaciones y los pueblos encolumnados en una interminable línea de ladrillos, cemento, cinc y deseos, más sus almas entrando y saliendo de sus agujeros que supieron conseguir para toda una posible vida. El boleto decía algún lugar, otros nombres, calles de todas partes, adiós que se perdió en la noche, beso que se enfrió en mis labios. Quería nuevos sueños dibujados desde mis ojos y dejé que los párpados hicieran su trabajo. Debajo de mi largo y rebelde flequillo latía un mundo de futuras emociones. Extasiado y satisfecho me recliné con inusitado placer en el asiento sin tener en cuenta su dureza al mismo tiempo que mis manos buscaban refugio en los bolsillos. Allí estaba el sobre y la carta escrita entre apuro y lágrimas, donde sus letras dormían advertencias hipotéticamente inútiles.
(JLR) Corazón Urbano
Dedicado a mi adolescencia y la tuya, a mi corazón de entonces y de hoy, lleno de tamboriles y películas.
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